Captren, la novela de Beatriz González Fulle, es la historia de una profesora rural en una escuela unidocente ubicada en el sur de Chile. Pero Captren es también el nombre del lugar donde se emplaza esta escuela; el territorio, la comunidad. Es la sombra de un ulmo, un espacio de refugio y catarsis. Es la simpleza de una flor blanca. Es una ventana al cotidiano del 30% de colegios del Chile actual; del 12% de sus docentes, en su mayoría profesoras. El profesor Rubén -marido de Marga, la protagonista de esta historia– no logró encajar con el hecho de ejercer su profesión y vivir en la ruralidad. Le parecía, en palabras de Marga, demasiado simple para sus expectativas. Al igual que ante los ojos de un veraneante distraído o de un funcionario ignorante, Rubén podría contarles que, antes de trabajar en un emblemático liceo, trabajó en una “escuelita” rural, como si la menor cantidad de estudiantes o el tamaño de la construcción justificaran la desigualdad de trato o la subestimación de su aporte pedagógico. Esas “pobres escuelitas rurales” por donde es posible que se cuele el viento (que sí que sopla cuando sopla) o la lluvia, ensordecedora, que puede durar semanas, son en realidad demasiado simples para las expectativas de quienes entienden el desarrollo como sinónimo de urbanización o la educación de calidad como acceso a pistas de atletismo y redes de poder. La mirada urbanocéntrica que históricamente ha primado en las políticas educativas, minimiza la diversidad de territorios a lo largo del país, obviando sus particulares características geográficas y culturales. La historia de Marga contribuye a visibilizar esta realidad lejana para los centros urbanos, y difícil de comprender para los amantes del éxito. Como profesora autodidacta, Marga observa, comparte y reflexiona sobre las formas de vida, costumbres y raíces culturales que va descubriendo en sus estudiantes, familias y vecinos, en las señoras de la cocina, el cura y los artesanos locales. Marga nos invita a remirar el valor social de la educación pública rural que se imparte en miles de rincones a lo largo del país.A diferencia de Rubén, Marga (al igual que otras mujeres que por azares del destino hemos llegado a hacer clases a una escuela rural), encontró en Captren una forma distinta de pensar y construir escuela. Desaprendió códigos, reconoció su falta de humildad. Transitó por mundos, territorios, clases sociales, lenguas y modos culturales. Conoció el viento, la tierra y el amor permitiendo que estos la desordenaran. Cambió de rumbo. Aprendió a limpiar piedras que a lo lejos pueden parecer sucias, solitarias, insignificantes, para revelar en ellas formas, colores y secretos escondidos. En Captren Marga descubrió una comunidad.El reciente proceso participativo realizado por el Ministerio de Educación para elaborar la primera Política Nacional de Educación en Territorios Rurales que prontamente se lanzará en nuestro país, dejó en evidencia que lo que más valoran quienes comparten a diario en una escuela, liceo o jardín infantil rural en cualquier lugar de Chile, es su carácter comunitario. Desde el altiplano hasta la Patagonia, desde el valle central hasta las caletas pesqueras, niños, niñas, estudiantes de todas las edades, docentes, manipuladoras de alimentos, auxiliares de aseo, apoderados y vecinos concuerdan en señalar que el sentido de comunidad, la articulación colaborativa y la naturaleza del tejido social, es lo que mejor caracteriza, y lo que más valoran, de los espacios educativos rurales que habitan y comparten.Tan diversas como nuestra geografía, las escuelas rurales no solo cumplen funciones académicas, sino que contribuyen a fortalecer el desarrollo local. Son espacios de encuentro para los vecinos, que en su escuela realizan trámites, acuden al operativo médico, toman decisiones para el bienestar común y fortalecen lazos de apoyo mutuo. Cuando esto ocurre, como dice Silvina Corbetta, el foco relevante ya no es la institución escolar en sí, sino “la comunidad que educa y aprende”. Este carácter comunitario ofrece condiciones propicias para la innovación pedagógica y la creación de proyectos productivos que refuerzan el sentido de justicia social de la educación pública, estimulan el arraigo territorial y mejoran la calidad de vida de las comunidades. Además, la incorporación de saberes locales en la gestión curricular y el resguardo activo del patrimonio convierten a estos espacios educativos en verdaderos centros culturales. Como muchos profesores rurales, Marga y sus colegas del microcentro (redes de trabajo colaborativo entre escuelas que se ubican próximas geográficamente) fueron transformando sus “escuelitas rurales” en espacios de encuentro en torno a los epew (historias orales) y los oficios locales, consolidando el sentido de pertenencia, enriqueciendo la formación integral del estudiantado y contribuyendo al acervo cultural del país.Educar a orillas de un río, bajo un árbol o en el huerto escolar como hacía Marga, no sólo permite el aprendizaje experiencial sobre sostenibilidad, ciclos de vida y ecosistemas. También favorece el desarrollo de capacidades de observación, orientación espacial, sensibilidad, colaboración y empatía. Así, el vínculo existencial que estudiantes y familias rurales tienen con la naturaleza constituye otra fuente valiosa de oportunidades para el encuentro con la belleza y la transformación educativa. Como describía hace más de un siglo la profesora rural Gabriela Mistral a propósito del impacto de sus clases al aire libre: “la clase perdía en gravedad (…) Perdía en irrealidad; era real y más humana (…) las niñas que en clase sólo reciben, en el campo o en un huerto dan, preguntan, piensan, se interesan por la tierra toda”. A Marga las palabras de la Mistral escritas hace más de un siglo, le permiten nombrar las riquezas invisibles de su escuela rural: la “ternura viva y latente” que encuentra en sus caminatas por los paisajes rurales, en el zorro con su cría, en el ulmo siempreverde; los aprendizajes que cuelgan de las hilachas del telar; o la espontaneidad y el asombro en la mirada de sus estudiantes, que se levanta del suelo cuando la profesora logra conectar con sus intereses y conocimientos. Todo eso que para algunos resulta demasiado simple, para Marga, Gabriela Mistral y Beatriz González es, “bajo el cielo azul (…), más verdad y más belleza”. Muchas gracias.
Alicia Foxley Valdivieso
División de Educación General Ministerio de Educación |
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